La esencia y la desventura.
Guerra! En el aniversario de nacimiento de el abuelo de esta joven dinastía, habrá que celebrar y levantar alto las copas para pedir que su esencia y espíritu no desfallezcan dentro de nosotros. Habremos de recordar al padre que nos dio la vida y que hoy nos permite colmarlos de regocijo, aún en su tumba, con las glorias de la nación; que tanto ha sufrido. Agradecemos también la valentía que nos da el sabernos por el camino correcto y de nuestra visión, a veces nubosa pero siempre firme, que nos llevará junto con nuestros invitados: a dominar el inicio de esta nueva era. Hemos, a pesar de los esfuerzos de quienes dicen que estamos mal, mantenido a estas tierras y a nuestros hermanos dentro de las vanguardias a la que pocos han accedido. Mientras los que nos retractan se sumen en una de sus más severas crisis en muchas décadas, nosotros, acostumbrados a la pobreza y la mesura, tenemos hoy la templanza y el poder de incidir sobre el rumbo que lleva este orbe; y cuestionar a quienes se dicen: los dirigentes. Los ritmos del Mundo cambian lo cambian todo, como siempre lo han hecho.
La persistencia de nuestra esencia es la pauta que nos guía entre las neblinas de un mundo enturbiado por la desmesura de los gigantes que caen. Las armas son la otra cara de esa moneda de oro que todo lo puede comprar, que encandila a los hombres y los desposee de toda alma, sueños y amor. En contraposición: la tranquilidad de dormir con un arma bajo la almohada nadie, incluidos ellos, la cambiaría por todo el oro del mundo. Antes del dinero y el oro, hubo el hacha y la lanza y con ellas nuestros ancestros conquistaron estos territorios a los lobos y a los tigres. Contra el humano invasor que aunque reprimió con mano de hierro, dividiéndonos y haciéndonos pelear, no logró destruir nuestras raíces con este suelo, con el aire de sus colinas y la prístina blancura que el manto del invierno le da a nuestras montañas. No somos ricos. Cultivamos nuestra comida y nuestros templos son grandiosas obras que regocijan nuestra vista. Las generosas costas nos proveen de su riquezas y nos dan un puente al mundo por donde, sabemos, podemos dar a conocer todo esto que nos hace especiales.
Destruyen las aguas del río la montaña de arriba para construir, abajo en la llanura, delicados y efímeros abanicos multicolor, donde una brevedad es una vida entera. Nuestras armas nos protegen de las desventuras que este mundo les da a algunos de quienes nos rodean. La protección de nuestros hijos, de nuestras bellas y prosperas tierras, es la primera columna que sostiene a todos nosotros por sobre el mal: aunque este venga, incluso, de nuestros hermanos humanos.