miércoles, 16 de mayo de 2012
Hemos de cambiar: está en nosotros.
El agua derretida de los polos, la extraída de los acuíferos que no se repone se vuelve vapor al exponerse al sol. Así: una atmósfera, más el gas que añadimos al quemar aceite; mas el vapor de agua que vino del hielo y el subsuelo, inevitablemente sometidos a las mismas fuerzas que han impulsado el planeta sobre su eje, alrededor del sol, durante millones de siglos son suma que aplasta como el zapato la cucaracha inmóvil y diminuta.
Una humanidad plena y apretujada sobre valles, llanuras y las playas de los pocos rincones aptos que este planeta tiene. Desprotegido ante los embates de su retoño bastardo; nacido del polvo, el aceite y el hierro. Enfrentado al inevitable remolino supercargado de hollin (llamado antes: smog) con más agua y calentado al sol ardiente que pulsa en su eterno y cíclico bramar: el humano muere como muere la plaga ante el gas asesino.
Íbamos a las montañas a ver al Dios, al creador y dueño de este orbe que no entendíamos pero queríamos para nosotros, los hombres. Humanos diminutos que despertaron al sueño de la masificación y en su exhorbitante número han doblegado al planeta: su casa y antaño su Dios que le explicaba su vida, finita como una chispa en la fogata. Hoy valientes nos apretujamos millones de nosotros; y sumergidos en las venas de esos entes que llamamos megaciudades, afrontamos el desastre (el demonio e hijo bastardo) que los abuelos desataron. Protegidos por el poder que da ser un enjambre de (hasta) decenas de millones de seres humanos, vemos morir al hermano mientras huimos: arrastrados por las enormes e invisibles corrientes del gran ser que formamos; en la ciudad. No tenemos tiempo de levantarlo y enterrarlo. Caminamos en el asfalto manchado con sangre de los muertos por la bala, la lluvia, el temblor y su hermano el tsunami. Respiramos polvo; comemos lo que compramos y no lo que cultivamos, o cazamos. 3500 millones de persones viven en núcleos urbanos interconectados por aviones, trenes, autobuses, autos y motocicletas. Núcleos alimentados por barcos tan grandes como edificios de 40 pisos; colosos invisibles que vemos pasar a lo lejos, en el mar: cerca del horizonte.
Ni en los ardientes desiertos, que juntos son tan grandes como África. O en las tundras inhóspitas del tamaño de la Europa; o los océanos: desiertos de agua salada y profunda, podremos vivir. No podemos ir a cosechar, no podemos excavar para buscar agua. Condenados estamos a vivir donde siempre hemos podido y a aguantar el paso del demonio gigante; que arrasa con sus mil caras de hambre, lluvia, sequía o enfermedad los vastos y bellos territorios que hemos reclamado como nuestros: para sembrar, vivir y morir.
Hemos de cambiar: es propio de nosotros.
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Mal-pronostico-tormenta-ideas_0_698930122.html