miércoles, 11 de diciembre de 2013


Los hielos perpetuos

Desde hace un millón de años, la tierra se congela aproximadamente cada 80,000. Enormes masas de hielo crecen desde los polos hacia el ecuador, imparables. Sus cuerpos gigantescos devoran el agua del planeta, secando los mares y océanos del mundo. Llevando lejos la playa, con su calor y abundancia.
Los hombres, su civilización, surgieron de la muerte y retirada más reciente de esos gigantes. Nuestro anhelo de abundancia creció entre los pastos y bosques que surgían mientras se retiraban, abriendo y ensanchando el horizonte, camino hacia su guarida helada. Temerosos y emocionados, pues vivimos y sufrimos el último avance ya como los humanos que somos hoy, caminamos tras los restos y los frutos que el hielo fue dejando tras de si. Dueños de nosotros, pero no aún del mundo que nos rodeaba, mientras el mar regresaba inundando la memoria acostumbrada al frío y el hambre.

El miedo nos protegía y nos mantenía juntos; abrigados en esa Tierra seca y fría, donde los bosques eran tumbas habitadas por gigantes y fantasmas. El miedo a todo, pero especialmente miedo al agua. Ya sea helada hecha muro, dura como la roca, o tibia que no para de caer del cielo, entre las millones de hojas de esas galerías infinitas que llamamos selvas; domos perpetuos que llegan a ser, si se les deja libres y tranquilos, tan vastos como el universo mismo. El recuerdo de las bestias inenarrables que los habitaron y que hoy finalmente se fueron -los matamos a todos-, dejó tras de si la angustia de un retorno cargado de venganza asesina, donde la furia sea la ley y el nuevo dios un tirano desalmado.
El fuego, el arma, la máquina nos permitieron alejar el peligro para siempre. Extinguimos de la faz de este planeta solitario todo aquello que nos amenazó. Destruimos incluso el recuerdo de su forma, su nombre y su ausencia. Comiéndolos o vistiendo sus pieles; o acabando con su entorno para construir ciudades, o para que pasten nuestros domesticados sirvientes, que pagan con su vida nuestra abundancia.

Huyendo del frío conseguimos mucho. Buscando un futuro menos rudo, mas amigable con nuestros cuerpos faltos de pelo, volvimos el planeta a nuestra medida y antojo. Lo transformamos en un lugar cálido -aunque es obvio que no tenemos idea de que hacer con el ahora que se calienta sin control- para evitar la vuelta de esos hielos perpetuos; que todo lo vuelven mas pobre, triste y salvaje: frío como el espacio sin estrellas.