sábado, 20 de julio de 2013
Tropieza el Gigante.
Ese día, su larga y prolongada agonía se trono en una caída. Su cuerpo, su memoria e imagen besaron el polvo y este lentamente se depositó entre sus rendijas, cubriendo todo con la marca del olvido. El gigante cae, retorciéndose, desbaratado entre las olas que golpean sin cesar sus pies; antes poderosos, hoy oxidados y cansados por el paso del tiempo. Su cuerpo grita en profundo quejido, mientras su piel cae en jirones; su pelo convertido en cenizas, su aliento en humo negro y espeso.
Su caída no es tanto eso sino una especie de espasmo. Una disolución de su forma entre los amasijos de la materia que lo rodea y de la cual es diferente por apenas unos mínimos detalles. Su intransigencia, su soberbia y su embelesado carisma lo hicieron brillar glorioso en la cima del Planeta. Su inmediato y desprotegido fulgor alimento el calor que creció dentro de todos los demás, mientras lo miramos (solo eso: mirar) paseando su elocuente y desenfadada altivez frente a nuestros ojos.
Se disuelve su materia; su sangre, huesos y carne se vuelven aire y la ceniza es como el aroma sueve del cafe y el perfume que se pierde en una tarde de invierno, entre el frío y la tormenta.
http://www.eluniversal.com.mx/finanzas-cartera/2013/detroit-bancarrota--936986.html
http://www.milenio.com/cdb/doc/noticias2011/eb3fa972ba56a0318e477689567b953c
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