Los muertos que caminan.

La otrora fantástica y sureal imagen de personas podridas, caminando a paso lento entre gemidos y estertores de una "nueva vida" -muertos vivientes-; entre las ruinas de ciudades otrora gloriosa son, en contraste con la realidad, un mero espejismo que trivializa la imagen de un cambio profundo en la más profunda de todas aquellas cosas que nos hacen humanos: la civilización. Los deposidos, los herederos del enojo y la pobreza; los olvidados. Muertos vivientes que siempre habitaron las chabolas -barrios hacinados y ennegrecidos por la turbulenta vida entre los despojos- leos de los ojos del poder y aislados dentro de prisiones urbanas a las que bucólicamente llamamos "cinturones" o "ciudades perdidas". Hoy vienen desde el lodo, mugrosos y hambrientos a reclamar comida y dignidad. La guerra de los zombies se libra día a día, entre miles de muertes ridículas pero no por eso menos trágicas. La maldición de vivir en un Mundo hacinado, reventado hasta las orejas de mugre y podredumbre humanas, es solo un capricho más dentro de la innegable soledad que nos rodea; llena de cuerpos sin nombre y azotada por el clima duro y cruel, que nada perdona.

En una pequeña balsa esférica hecha de lava y roca fría, cubierta de aire y agua; girando en torno a una estrella perdida en la orilla de la galaxia: nuestra vía láctea. Ahí viajamos todos juntos hacia el futuro.


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