La Tierra sin control.
Experimentamos grandes cambios. Somos capaces de sentir como uno solo el constante crujir de la piel de este mundo que habitamos. Vemos morir una parte nuestra en los miles de muertos por mes; los cientos diarios abatidos por los ahora entes que son la sequía, la hambruna y la inestabilidad política y que en forma de inundaciones, nevadas o dias sin lluvia; de balas, minas, cohetes derraman la sangre de unos cuantos -estadisticamente hablando- de los siete mil millones de almas que ya somos.
Es inevitable para mi ver como los antiguos azotes del hombre a los cuales creímos haber vencido -el hambre, la sequía, la plaga; el clima severo, la guerra-, solo estaban en un letargo: plenos sus estómagos y sus ansias debido a la abundancia que las maquinas nos dieron durante 200 años. Nos comimos -lo aspiramos- el mundo: sus frutos, sus aguas. Sus aires los llenamos del polvo y el hollín que nos matan lento cada día: con cáncer.
Es inevitable sentir la tierra moverse como vieja bestia dormida que, molestada por las miles de pulgas que en su sueño crecieron, hace vibrar la piel para rascar es molesto escozor; constate y tumultuoso piquete que hurga cada vez mas abajo, en busca del petroleo más profundo.
Es inevitable pensar que hoy, con nuestro gran saber del hoy y del pasado, temamos al futuro y lo veamos como un negro telón que se acerca y se acerca; despacio, como la tromba rugiente del final del verano: esa que inunda y destruye con su manto liquido que tapa el sol.
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