Todos lo vimos pasar.
Llego de repente, muy rápido devasto todo y a todos. Nos morimos por miles. De hambre, asesinados en nuestras propias casas. Comidos en carne y alma por el hermano humano que todo lo pudo. Un día nos despertamos y se había ido la vida, se había muerto; dejando solo las granjas y nuestros rostros frente al otro, desconocido. Una y otra vez encendimos los autos, las luces. Encendimos el mundo y lo reventamos. Muere entre nuestros dedos, de nuestras manos cae a pedazos la deslumbrante y perdida belleza de un paraíso.
En la desolada llanura infinita del Universo, un planeta nació.
Uno solo de entre 9 que giramos en torno a nuestra estrella y uno mas entre los billones de trillones que lo rodean se lleno de esto que somos y que vemos pero no entendemos: La vida es una torre que se levanta contra el viento de la eternidad. Venimos desde muy lejos, como tocados por una misteriosa casualidad el tiempo devino en nosotros, el tiempo de este Universo, en medio de esta sopa hecha de pedazos de átomos que como el florero desintegrado de abre ante nuestro ojos en maravillosas maquinas hechas con gigantescos imanes para ver la luz en toda su esplendorosa onda, la única que nos permite ver el delicado, gigante y y finísimo mecanismo que parece tener todo lo que nos rodea, incluidos nosotros: los humanos, la máxima inteligencia en este pequeño vecindario. En este oasis crecimos gracias al poderoso flujo de la materia en su máxima expresión. Dentro de este Universo el hidrogeno se fundió y sus cenizas formaron apenas casi medio centenar de otros como el, pero mas grandes. Como cuentas en un collar, en una red tridimensional, fuimos tejidos desde que todo comenzó en una explosión; hace demasiado tiempo ya. Advenimos en vida, primero. Pero después advenimos en conciencia, emanada de un órgano biológico dedicado a entender la realidad, a ver sus patrones y aprendimos a cambiar el orden de la materia misma. Y el humano voló, montó el viento ligero que cubre delgado este planeta y fue al espacio. Toco su Luna y mando cámaras voladoras a todos sus vecinos, cámaras con llantas sobre un planeta vecino tan familiar como el oeste, como el desierto después del cual esta la tierra prometida. Se vuelve ahora ese planeta. Ese Nuevo Mundo entero al alcance de toda nuestra maquinaria. Una que levanta el fuego como bandera para arrasar y para impulsar al humano sobre las adversidades e iluminar la noche fría y negra del espacio que hay entre este y aquella nueva tierra. Un viaje de meses, como el que apenas hace dos siglos se emprendían sobre los océanos de aquel Mundo -no planeta- que poco sabia que era y de que estaba hecho aquello que hubiera mas allá del cielo y mas allá de la delicada pero indomable superficie del mar. Para ir a cosechar patatas en el desierto, alimentando a los miles que quisiéramos tomar el primer vuelo hoy para tener espacio libre donde nuestros sueños lucharán -con el mas tenaz de los esfuerzos- por sobrevivir.
Lo vimos llegar.
Se murió el bosque, la selva y el mar. Los matamos dicen. Siete y medio miles de millones de nosotros -y nuestras máquinas- cortaron, perforaron y secaron este Mundo, el único que tenemos. Como las ratas en un barco lleno de comida: nos precipitamos al festín sin darnos cuenta que no sabemos nadar. Porque para este barco no hay puerto. Esta anclado irremediablemente al sol y al orgullo de sus caprichos, ante los cuales poco podemos hacer, solo escondernos en la más profunda de las cuevas; lejos de la radiación y el calor inmenso que emana de su exponencial tamaño. Una bola de fuego nuclear en la que la tierra cabe millones de veces, iluminando y calentando el aire y el agua que a bien se quedaron sobre este planeta que llamamos Tierra por que la sentimos firme, hasta que vuela por los aires trayendo el polvo y el magma. Vivimos, diminutos, sobre una bola de roca derretida con apenas una delgado velo frío sobre el que esa agua y ese gas se purificaron lentamente, al ritmo de una y otra vuelta al sol, por los siglos de los siglos. Un paraíso escondido en una lejana región de la galaxia, una playa suave lejos de las explosiones de estrellas, del polvo y el gas que están allá apretados, revueltos y furiosos, en la gran franja blanca que atraviesa el cielo cada noche: nuestra Galaxia. De la conciencia nació esta entidad llamada por nosotros Humanidad. Aprendimos a entender el yo, el superyo y el ello. Aprendimos dios, naturaleza y ciencia. Aprendimos que las fuerzas que dominan este universo son apenas un atisbo de otra nueva realidad, una que entiende que hay mas realidades hechas de los componentes que vemos salir, como el polvo de hadas, al hacer estallar átomos: su naturaleza es completamente incomprensible dentro de todo lo que aprendimos ya o de lo que podamos aprender de este Universo. Son solo cuatro fuerzas las que le dan cimiento a este Universo hecho con apenas medio centenar de variedades de ladrillos, de átomos. A saber, la que une los planetas y las estrellas: la gravedad. La que une los átomos y forma las moléculas: la nuclear fuerte. La que forma los átomos: la nuclear débil y la electromagnética, de la que esta hecha -entre otras- la luz. Cuatro pilares sobre los que la materia se mezcla para dejarnos ver un atisbo de su eterna grandeza. Cuatro interacciones que quizá sean una sola, incomprensible aun.
Ahi adentro, bajo los cielos azules y apenas lejos del mar.
En la enormidad de las grandes megalópolis que el humano creó, aprendimos a no ver. Nos desprendimos del alma inquisitiva y activamos nuestro amor para volcarnos al placer de la civilización. Llego el hambre y la basura, la soledad y el miedo. La muerte y la devastación se enseñorearon del mundo y llego a su fin una vez mas. El sueño de la civilización despertó a su vigilia triste, macilenta y erosionada de un paraíso destruido, asfixiado como el viejo perro con sarna o el anciano calloso que vive en la alcantarilla. Ese mundo, solito, sin nadie que lo ayude y lo salve de su propia miseria. ¿Acabara tirado, moribundo, en la acera de la galaxia, sin nadie que le dedique unas palabras, sin nadie que lo vea pudrirse; nadie que lo recuerde?
Todos lo vemos pasar, el fin del Mundo sucede ante nuestros ojos y poco podemos hacer ya para salvar lo poco que queda. Queda la contrición y el luto, queda la esperanza en la paz que le sigue a la guerra, una paz hecha de añicos y soledad. Una paz con mas hambre de la que hoy tiene y con mas carencias de las que hoy cree tener. No podremos ni aunque nos abandonemos a las maquinas, como ya lo hacemos para socializar, para pedir el taxi, para pagar en el banco o para ver la tele. No podremos escapar de nuestra propia conciencia donde solo importamos nosotros, donde nos levantamos sobre la pirámide de nuestros triunfos -y nuestros muertos-, orgullosos y ciegos ante la devastación de esta prisión planetaria. De esta burbuja en la que surgió la vida y la conciencia.
Escaparemos. Siempre lo hicimos.
Iremos tras ese nuevo mundo. Volaremos en cohetes y cosecharemos patatas en un pequeño mundo sesenta por ciento mas pequeño que este. Habremos de emprender la aventura de civilizar otro mas, como se hizo con América, el continente largamente llamado Nuevo Mundo. Habremos de abandonar y ser abandonados por aquellos que prometerán mandar dinero desde allá; caer la riqueza. Habremos de llevar todo para emprender la búsqueda de un milenio mas, uno que desde el año 3016 escriba sobre estos tiempos en los que la humanidad solo habitaba un solo planeta y soñaba con construir las majestuosas ciudades que habitan el futuro, en esas mismas llanuras que hoy son páramo desierto y frío. Levantaremos las velas y surcaremos el mar interno de nuestro vecindad solar para ir a hacer fortuna, para hacer una casa y llevar a los amigos y reír toda la noche mientras el sol se pone ella lejos, detrás del montes Olimpo.
http://www.astromia.com/astronomia/fuerzasfundamentales.htm
https://es.wikipedia.org/wiki/Desintegración_beta
http://www.spacex.com
https://es.wikipedia.org/wiki/América
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